En defensa de la tecnología y la responsabilidad individual

Rubén Hurtado
7 min readMay 18, 2020

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Un artículo escrito en colaboración con: Manuel Lamata

Cada vez nos pasamos más horas delante de una pantalla. En 2019 el 75% de los adultos nos conectamos a Internet varias veces al día. Quedaban atrás los tiempos en que establecer una conexión con un servidor era algo consciente y todos conectamos con la red de manera orgánica. Algunos comenzaban a quejarse de que la tecnología iba demasiado rápido, y entonces llegó el COVID-19.

En los meses de confinamiento se ha hecho más patente que nunca nuestra necesidad de la red. Miramos el móvil, encendemos el ordenador (si es que en algún momento lo hemos llegado a apagar), hacemos videollamadas, hablamos en grupos de WhatsApp, usamos las redes sociales, miramos el móvil, miramos el móvil, swipe up… La crisis vírica ha disparado el uso de herramientas que muchos creían reservadas para estudiantes de Erasmus y trabajadores tecnológicos.

Alguien pulso el Nitro

El COVID ha hecho el teletrabajo imprescindible para profesionales que antes lo pensaban imposible y ahora se vuelcan en utilizar herramientas de streaming. Las videollamadas se han convertido en el estándar de comunicación familiar, junto a los programas de mensajería, y cada miembro de la casa tiene como mínimo una pantalla. Cuando algunos decían que esto iba demasiado rápido alguien pulsó el botón del “nitro” y el uso tecnológico tuvo en un mes el incremento esperado en 10 años. Prueba de ello es que las compañías se han visto obligadas a bajar la calidad de sus videos.

Pero tranquilos, la tecnología está aquí para mejorar nuestras vidas. ¡Bienvenidos al futuro! Un futuro dónde las máquinas harán nuestro día a día más sencillo. Un momento… ¿Esto no lo habíamos oido ya en la revolución industrial? No queremos entrar en el debate sobre las relaciones de producción, pero sí pararnos a pensar que la tecnología es un arma de doble filo. Nos acerca a nuestros seres queridos, pero también puede convertirse en una herramienta para vigilar y castigar. Ya nos lo advirtió Chaplin en su celebre película, el ser humano puede acabar devorado por la máquina, o formando parte de ella que quizá es algo peor. Para que esto no acabe siendo una realidad tenemos que seguir haciendo un uso consciente de ella, sin criminalizarla pero tampoco divinizarla.

Tiempos modernos 1936

No es fácil no entrar en ese juicio a la tecnología sabiendo los problemas que está planteando el uso excesivo y los nuevos retos a los que nos enfrenta como sociedad. Uno, por ejemplo, es el de la monitorización para frenar la pandemia ¿Qué papel debe jugar el Estado y los partidos políticos en el control y vigilancia de la ciudadanía? ¿Ejerceríamos la misma crítica si estas medidas las tomase un partido de nuestro signo político o del contrario? El uso de los dispositivos como elementos de control social debe de estar sometidos a un estricto análisis por parte de todos. El estado va más allá de una identidad política. El Estado somos todos y somos los responsables de lo que le dejemos hacer.

Lo mismo pasa en Internet. Ni estado ni internet son entes independientes de la ciudadanía y como ciudadanos no estamos exentos de responsabilidad al utilizarlas. En estos tiempos de globalización se pueden cerrar las fronteras físicas, pero los datos siguen corriendo de un lado a otro. No debemos de quedarnos solo con el concepto de un Estado como nación, hace ya mucho tiempo que se habla de los “Estados Internet”: Facebook, Instagram, Twitter, Rededit, 4chan, son cada uno a su forma pequeñas islas gobernadas bajos sus propias normas.

“La sociedad es un sistema justo de cooperación entre personas libres e iguales”

John Rawls decía que la sociedad es un “sistema justo de cooperación entre personas libres e iguales” cuyo orden no viene dado por la naturaleza ni está escrito en piedra, sino que emana de las personas que la constituyen y los acuerdos comunes a los que lleguen. Esta idea es trasladable al mundo digital: las redes, medios, plataformas y foros no son sino lo que queremos hacer de ellas; son los acuerdos y conductas a los que lleguemos como usuarios de Internet los que les acaben dando forma.

Es habitual escuchar a la gente hablar de Internet como un ente ajeno, un cuerpo extraño que flota en un lugar indeterminado (quizá una caja negra en el Big Ben) o un planeta como el que mostraba Lem en Solaris. ¿Pero es un ente ajeno? ¿Es el pensamiento que se piensa? No, Internet no genera contenidos por sí solo (al menos no la mayoría), es el reflejo de nuestra mente colmena. Somos responsables del contenido que vertemos en Internet.

Si estamos hablando de responsabilidad, cabría hacerse la siguiente pregunta: ¿Qué responsabilidad tenemos como diseñadores? Sin duda tenemos la obligación de cumplir una serie de imperativos éticos. Volviendo a Rawls, al que citábamos anteriormente, la sociedad (digital) es o ha de ser “un “sistema justo de cooperación”. Y es precisamente aquí donde entramos: debemos asegurarnos que los productos y servicios que diseñamos puedan ser justos. Por justos nos referimos a imparciales, asegurarnos que se den las condiciones necesarias para que los usuarios puedan realizar sus tareas de una forma libre e igual. O lo que es lo mismo: tenemos que luchar por nuestros usuarios. Mantenerles informados de qué y para qué estamos haciendo las cosas. Asegurarnos de que entienden lo que están haciendo y si es necesario nos enfrentaremos a la empresa desarrolladora para evitar que recaben datos o tengan comportamientos inmorales. Debemos de encargarnos de que los logaritmos no manipulen y perviertan la red y cuestionar a la autoridad, suspender la obediencia ciega en defensa de nuestros usuarios para que cualquier fin no haga lícito cualquier medio. Somos los responsables de que el fin de lo que diseñamos sea ético, pero no podemos responsabilizarnos de la perversión de la herramienta por parte del usuario.

Decía McLuhan: “Damos forma a nuestras herramientas y luego nuestras herramientas nos dan forma”. Pero esta forma se da después de que la herramienta ha sido desarrollada. Nosotros lanzamos un producto pensando en una funcionalidad, pero luego la realidad muchas veces nos hace enfrentarnos a la verdad. ¿Podemos y debemos controlar que los adultos — recalco adultos porque en el caso de menores está claro que por seguridad es mejor que estas funciones no estén en videojuegos — acaben usando animal crossing como lugar de ligoteo? ¿Si yo diseño un cuchillo para cortar jamón, seré responsable de un apuñalamiento? Lo mismo pasa con determinadas plataformas actuales que no son nada sin los usuarios que la componen. Facebook, por poner un ejemplo, no sería una red social sin los usuarios que hay detrás alimentándola y es que dejando atrás el tema de quién se lleva los beneficios, Facebook es “público” en el sentido que es nutrido por todos.

Sí que es cierto que tenemos una responsabilidad como diseñadores sobre para qué se va a utilizar nuestra aplicación. Si instagram no es una red “pendenciera” como Twitter o Facebook es en parte por no permitir “retwittear” contenidos criticándolos o alabándolos. Pero aún así podemos observar comentarios negativos y críticas en cualquier publicación que por su éxito se convierte en pública, porque se pierde la noción de lo personal. Cuando critico una entrada con un solo comentario insultar es atacar personalmente al autor. Cuando lo hago en una con miles de comentarios, es atacar a un ente. Puedo criticar al político, pero está mal visto que critique a mi vecino aunque sean la misma persona. Todo esto se ve reforzado por el anonimato que nos brindan las redes. Es más fácil insultar y pitar desde la privacidad de mi coche que cuando soy un peatón, al igual que es más fácil criticar desde la cuenta “troll_77” que desde “Manuel Perez”.

Se está acusando mucho a la red o las aplicaciones de comportamientos indebidos. Alguien afirmaba que Skype hará que, una vez habituados a la videollamada, la gente no irá a ver a sus mayores. No seremos nosotros quien digamos que no se está haciendo mal uso por parte de algunas aplicaciones, en este aspecto cada aplicación tendrá que revisar su código ético, pero es importante que asumamos también nuestra propia responsabilidad. No abogamos por la censura, al contrario, es imprescindible defender la libertad de expresión. Para eso hay que entender que en internet hay “foros”, en el sentido más arcaico de la palabra, para todos al igual que en el mundo off-line. Cada uno de estos sitios tiene unas normas y requiere adecuar el mensaje en tono y forma. Tenemos que pensar en el mundo on como en el mundo off. Si alguien quiere ligar sabe que lo más adecuado es ir al bar y no ir a un tanatorio. Esto que en el mundo físico es evidente no parece serlo tanto en la red, donde más de una compañera ha recibido proposiciones “amorosas” en Linkedin. Pero decir que Linkedin es la responsable de estos comportamientos es como decir que Ford es la culpable de un atropello.

El problema por parte de la aplicación es que cuando intentan regular estos comportamientos nocivos siempre hay alguien que se queja de estar siendo censurado. Una vez más debemos de pensar en cómo funciona un espacio privado de uso público en el mundo real: ¿Debe el dueño de un bar dejar que entre alguien desnudo a su local? Desde luego que quien quiera hacerlo podrá hacerlo en un bar que tenga ese dress code, pero no lo es en un bar familiar.

Marco Aurelio Rules

La solución no es sencilla, eso está claro, pero quizá sería un buen inicio recurrir a la ética y citar en este caso de ética social a Marco Aurelio: “Lo que no beneficia a la colmena no puede beneficiar a la abeja”.

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